viernes, 22 de abril de 2011

Mitos de la Semana Santa

Mitos de la Semana Santa

Objetos sangrantes y transformaciones físicas encabezan la lista

Una de las tradiciones requería guardar los cuchillos, machetes, navajas y tijeras, porque si no sangraban. (END / Juan Ángel Alicea Mercado)

Por Aurora Rivera Arguinzoni /arivera@elnuevodia.com

Objetos sangrantes serán la orden del día si a partir de esta medianoche la gente no guarda cuchillos, machetes, navajas y tijeras. Las presumidas también recibirán su castigo si se atreven a bailar antes del sábado al mediodía; sus piernas se secarán y habrán de andar con ellas cubiertas.

Las anteriores afirmaciones han sido parte del folclor asociado con la celebración católica de la Semana Santa, considerada la “semana mayor” por recordar la pasión y muerte de Jesús, considerado por la fe católica el hijo de Dios y Salvador de los pecadores.

Pero como reconoce el sacerdote Feliciano Rodríguez, vicario de Pastoral de la Diócesis de Caguas, muchas de esas creencias basadas en temores han quedado en el pasado. “Estamos en una época de mucha industrialización y racionalismo. Y se conserva un respeto por la fecha, un respeto muy sano, pero no asociado a mitos o castigos”, afirmó.

Además, el padre Feliciano observó que al tiempo en que ha disminuido la creencia en este tipo de mito, ha aumentado el fervor por la Pascua de Resurrección que tiende a superar el que tradicionalmente se manifestaba por el Viernes Santo. “Hay más consciencia de que es más importante la resurrección de Jesús que la muerte”, explicó.

Pero entre las tradiciones que sobreviven, Feliciano mencionó la de conservar y colocar en un lugar visible, como el retrovisor del auto, algún ramo bendecido del Domingo de Ramos.

El ramo

“La gente lo valora en cantidad. Lo ponen en la casa, en la puerta o lo cuelgan del espejo retrovisor (del auto). Mucha gente lo asocia con protección”, reconoció Feliciano.

Mientras, la folclorista Calixta Vélez, evoca los años de su infancia cuando la elaboración de ramos con pencas de palma era una especie de competencia. “Por casa nos sentábamos a la vera del camino a ver pasar las familias enteras católicas con unos ramos que eran como una competencia, quién hacía el mejor tejido, unos ramos inmensos tejidos en palma”, recordó la mujer de fe evangélica.

Vélez recuerda con mayor detalle otros de esos mitos en torno a la Semana Santa que se presentan a continuación:

No clavar

Según la creencia, se supone que no se clave nada durante toda la Semana Santa, pero especialmente el Viernes Santo por su asociación con la crucifixión, el método empleado para matar a Jesucristo. “Si estabas clavando algo, estabas clavando a Cristo”, recuerda Vélez.

No cortar

“Se tenía que preparar las viandas Jueves Santo porque Viernes Santo no se podía cortar absolutamente nada, usar el cuchillo ni tijeras para cortar absolutamente nada, porque representa el usar algo para hacer daño a un ser viviente como son las viandas, y eso fue lo mismo que se hizo con Jesucristo, por lo tanto el objeto botaría sangre”, detalló la folclorista. De hecho, recordó que en la prensa décadas se publicaban reportes de sucesos con objetos que supuestamente botaban sangre porque habían sido cortados en Viernes Santo.

Cubrir a los Santos

“Las imágenes había que cubrirlas con paños jueves y viernes santos. Se supone que todos los santos estuvieran cubiertos para que no vieran lo que iba a pasar con su líder máximo, que es Jesús. Se destapaban en Sábado de Gloria”, detalló Vélez.

No bailar

“En Semana Santa no se podía bailar porque se te secaban las piernas por estar alegre y bailar en una semana de recogimiento. Entonces, en Sábado de Gloria a mediodía se acostumbraba hacer un baile para celebrar. Yo le llamaba el baile del desquite. A las 12:00 del mediodía rompía el baile y seguía hasta el amanezca”, indicó Vélez. Detalló que en las iglesias evangélicas se tocaba las campanas del templo a las 12 del día.

Nombre de pila

De acuerdo con la folclorista, a casi todas las niñas nacidas un Sábado de Gloria se les llamaba Gloria en honor a la efeméride.

jueves, 14 de abril de 2011

Aprendiendo a LEER

Sonidos que enseñan

Cómo ayudar a los niños que enfrentan dificultades para leer y escribir

Por Ileana Delgado Castro / idelgado@elnuevodia.com

Cuando le enseñas a tu hijo pequeño a relacionar el sonido “mu” con la vaca o el “miau” con el gato, lo estás preparando para que pueda aprender a leer y a escribir. De ahí la importancia de que desde temprana edad, los padres o cuidadores de un niño, les hablen “todo el tiempo”, les canten y lean, además de señalarles las letras de izquierda a derecha, aunque no sepan leer.

“De esa forma, se va preparando al niño a tener madurez neurológica, señala la patóloga del habla Maricarmen de la Cruz, profesora adjunta y directora clínica de Servicios Especializados en la Comunicación, del Programa de Patología del Habla, Recinto de Ciencias Médicas.

La especialista se refiere al estímulo que los niños deben recibir desde temprano para que puedan ir desarrollando las destrezas necesarias que los ayude luego a aprender a leer y escribir, así como a expresarse correctamente.

“Leer es descifrar unos signos gráficos y abstraer de ellos un pensamiento. Y escribir es expresar, por medio de una serie de signos gráficos, un pensamiento. Pero para lograr que ambos se den debe haber una maduración psicofísica óptima en el niño”, explica De la Cruz.

Por ejemplo, los niños escolares que sufren trastornos de comunicación pueden tener, con más frecuencia, dificultades con las destrezas de lectura y escritura. Es lo que se conoce como dislexia, lo que puede causar un bajo nivel de aprovechamiento escolar, problemas para leer y dificultad en entender y expresar el lenguaje.

Según De la Cruz, la dislexia es cualquier trastorno en la adquisición de la lectura, como la dificultad para la distinción y memorización de letras, falta de orden y ritmo en la colocación de las pausas; y una mala estructuración de las frases que se puede ver tanto en la lectura como en la escritura (disgrafía o problema con la escritura).

“La dislexia suele coexistir con la disgrafía. Lo que pasa es que para tú aprender a escribir tienes que tener una secuencia en el espacio. Por ejemplo, tienes que escribir de izquierda a derecha y tiene que haber una conciencia de cómo se escriben las letras. Por ejemplo, que la b se escribe con la bolita a la derecha y que en la d, la bolita va para la izquierda”, explica la patóloga del habla.

Proceso continuo

Ciertamente, el aprendizaje del lenguaje es un proceso continuo que comienza con el nacimiento y se mantiene durante toda la vida. Es, de hecho, la forma de expresar emociones y comunicarse con los demás. Por eso es tan importante que, durante la etapa temprana del desarrollo del lenguaje, se aprendan destrezas para la formación de las habilidades de la lectura y la escritura.

Algo que, según los expertos, son principios importantes para que los niños se puedan desempeñar en la escuela, en el trabajo y en la sociedad.

“Si no trabajas esto en etapas tempranas, es lo mismo que construir una casa sobre una zapata frágil. Y el niño va a seguir pasando grados con lagunas. En la adolescencia van a evitar leer y cuando escriben -más ahora con las redes sociales- ves muchas palabras mal escritas. A veces lo enmascaran poniendo todas las letras en mayúsculas o acortando las palabras. Pero si los pones a escribir un ensayo, vas a ver todos los errores”, sostiene De La Cruz, mientras destaca la importancia de que el niño tenga conciencia del esquema corporal.

Quiere decir que el niño usa su cuerpo como referencia y puede distinguir lo que es izquierda de derecha. Además, debe tener conciencia fonológica, que es cuando puede determinar que un sonido pertenece a un referente X. Eso sucede cuando, por ejemplo, aprende a relacionar la vaca con el sonido ‘mu’ o al gato con ‘miau’.

Cuando eso no sucede, el niño podría tener dificultades que se deben atajar a tiempo. Es cuando un terapeuta ocupacional y un patólogo del habla pueden ayudar. El primero, dice De la Cruz, se enfoca en la conciencia del tiempo y el espacio. Mientras que el segundo, se va a enfocar en la conciencia fonológica.

“Así podemos ayudar a ese maestro, que es el profesional que tiene al niño todos los días en su salón de clases, a construir la zapata y vamos a facilitar para que pueda enseñar dentro del nivel de lectura y escritura esperado para ese niño”, afirma De la Cruz. Pero dice que le preocupa el que algunos educadores sigan la escuela de pensamiento que dice que corregir la escritura en los trabajos de los niños es contraproducente porque les afecta el autoestima.

“En ese caso, si no desean marcar el trabajo de los niños, podrían repasar en otro contexto las palabras escritas incorrectamente al igual que las reglas ortográficas que fallaron. La equivocación sería dejarlo pasar y darle una puntuación excelente a un trabajo lleno de errores sin concienciar al estudiante acerca de las equivocaciones cometidas”, enfatiza De la Cruz, mientras destaca que de esa forma lo único que se logra es perpetuar la disgrafía y la disortografía (dificultad con las reglas ortográficas).

El problema es que cuando esos estudiantes salen al mundo real, sus probabilidades de entrar a programas de estudios de altas exigencias académicas o a trabajos donde la escritura sea importante se verán limitadas, advierte la patóloga del habla. “Un ejemplo predictor de estos tiempos tecnológicos es ver los mensajes de texto y los comentarios de nuestros adolescentes en las páginas de las redes sociales, los cuales revelan muchos errores”, agrega.

¿Qué hacer para que tu hijo adquiera conciencia fonológica?

Juega a las adivinanzas con sonidos de letras.

Ejemplo: “Vamos a decir palabras que empiecen con ‘m’ (debes pronunciar el sonido, no el nombre de la letra)”.

Decir sílabas para que el niño adivine cuál es la palabra -“pan - ta - lón” y luego pedir que diga la palabra.

Jugar a pasar una bola. Ejemplo: “Dejemos que rebote tres veces antes de atraparla. Escucha bien... tiene que sonar tres veces”.

Señales a tener en cuenta

Antes de que el niño vaya a la escuela:
• Dificultad en aprender rimas y canciones o que no se interesen por aprenderlas.
• Dificultad en aprender o recordar nombres de letras.
• No reconocer las letras de su propio nombre. Por ejemplo, que la A es de Andrés o la P es de Pablo.
• Retraso en aprender a hablar con claridad (es uno de los predictores de problemas de lectura y escritura).

De preescolar a primer grado:
• Fracaso en entender que las palabras se pueden separar, por ejemplo sacapuntas.
• Inhabilidad para asociar las letras con los sonidos.
• Usualmente evita el momento de lectura.
• Puede tener errores de lectura que no tienen conexión alguna entre la palabra escrita y la que él lee.

De segundo grado en adelante:
• Mala pronunciación de las palabras. Por ejemplo, amulio en vez de aluminio.
• El habla puede que no sea muy fluida, que haya muchas pausas y que use muchas muletillas. Por ejemplo, “eh, eh, eh...”.
• No poder decir la palabra exacta según está escrita, sino que dice una palabra parecida. Por ejemplo, en vez de humildad, lee humanidad.
• Necesita un poco más de tiempo para dar una respuesta oral.

Fuente: Maricarmen de la Cruz, profesora adjunta y directora clínica de Servicios Especializados en la Comunicación, del Programa de Patología del Habla, Recinto de Ciencias Médicas. (787) 300-3838

sábado, 9 de abril de 2011

REFFLEXIONANDO letra canción Aire, canta Mecano

Aire. Mecano
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PobreEl mejor
Vídeos

La letra de este vídeo puede resultar muy interesante en clase para comentar el tema de las drogas, sus peligros y los cambios de percepción que ocasionan. Recomendable para iniciar debates.

Dim lights

domingo, 3 de abril de 2011

Matar, opción para resolver los problemas en Puerto Rico

La fiebre de matar

Una generación está creciendo con la idea de que asesinar es algo normal

Matar, que en otros tiempos era un último y desesperado recurso, como que se ha vuelto de repente una cosa cotidiana. (aRCHIVO / eL nUEVO dÍA)

Por Benjamín Torres Gotay /btorres@elnuevodia.com

A una mujer le derraman un trago en un baile y, en respuesta, su acompañante, al estilo de las películas de Quentin Tarantino, desenfunda su revólver, mata a dos y deja heridos a unos cuantos. Casi puede imaginárselo uno soplando después el humo del cañón con una mirada de serena maldad, tomando del brazo a la dama cuyo honor o traje consideró apropiado defender de esa manera y perdiéndose junto a ella en lo negro de la noche.

Lo único que le daña la trama es que ninguna de las personas a las que mató fue la que le derramó el trago a su novia.

Un gerente de un restaurante de comida rápida, casado, saca a pasear a una de sus empleadas y la lleva a un bar. Estando allí, un joven que se ganaba la vida como auditor municipal tal parece que encontró atractiva a la empleada, se lo quiso hacer saber con una mirada, al gerente no le gustó y caminó tranquilamente hacia el incipiente galán a matarlo de un balazo en la cabeza.

Lo único que al gerente le salió mal fue que la jovencita por la cual había tomado tan drástica medida tal parece que no se lo agradeció y se negó a acompañarlo en su huida.

Estas dos anécdotas no provienen de buenas o malas películas de acción, sino que son hechos reales ocurridos hace poco aquí, el primero en Bayamón y el segundo, en Salinas. Son apenas dos ejemplos de muchos que podrían haberse citado de lo violenta e irracional que se ha vuelto la vida colectiva en nuestro país en tiempos recientes.

Matar, que en otros tiempos era un último y desesperado recurso, como que se ha vuelto de repente una cosa cotidiana. Lo que antes era una decisión grave es ahora, como podemos ver, una acción rutinaria a la que se recurre por los más inocuos motivos.

El hombre que mata a la mujer porque lo quiere dejar, el que mata a su vecino a tubazos porque no le gusta que queme basura, el adolescente que le da un tiro a un comerciante que ya le dio todo lo que tenía, todos esos, también, son ejemplos de esta afición por matar que nos ha entrado de repente.

La vida, en fin, como que cada día vale menos.

Las monumentales penas que pasan quienes pierden seres queridos así, más las que también viven los cercanos a los que arruinan su propia vida de manera tan absurda, ganándose la cárcel de por vida por no haber podido ponerle bridas a sus impulsos en lo que puede haber sido una momentánea ceguera fugaz como un relámpago, son sólo una de las implicaciones, si bien la más seria, de esta fiebre de matar que nos arropa.

También está el efecto que esto tiene en el resto de la sociedad, sobre todo en la generación que se está criando entre cuentos de que fulano mató a mengano por esta o aquella razón. Así, vemos niños y niñas de cuatro, cinco, seis años, hablándose entre ellos de matanzas, tiroteos, atentados; creciendo, sin duda, con la idea de que matar es una manera del todo normal de resolver una diferencia.

No es difícil imaginar la familiaridad con las maneras violentas de resolver diferencias que tendrá una niña o niño que haya oído que a un primo, vecino, amigo o conocido lo mataron así porque sí. Esto, por no mencionar los que, al andar en el asiento trasero del carro de mamá o papá en una tarde o noche cualquiera, en una calle o avenida cualquiera, se toparon, como nos pasa a tantos, con un cadáver cubierto de una sábana ensangrentada, rodeado de investigadores. O los que, al dormir en la noche oyen, cerca o lejos, el rumor de las balaceras, que en tantos rincones de nuestro país hacen la función que antes hacían los coquíes.

Como podemos ver, estamos ante un reto monumental como país y este problema, contrario a lo que seguramente están pensando muchos, no es un problema ni de este gobierno, ni del pasado ni del que venga después.

Es un desafío de toda la sociedad que, mientras crece en torno nuestro esta generación contaminada por la violencia, sigue entreniéndose en nimiedades, incapaz, como siempre, de reconocer un problema que nos afecta a todos y que está más cerca de lo que tal vez hemos imaginado, de salírsenos para siempre de las manos.

El que tenga oídos para oír, pues, que oiga.