La plaga del “cyberbullying”
La intimidación cibernética se torna en la nueva moda juvenil
Por JAN HOFFMAN / The New York Times
Nueva York - Indignados, llenos de rabia y temor, los padres de la niña mostraron al director los mensajes de texto: una docena de impactantes amenazas sexualmente explícitas enviadas a su hija el sábado anterior por la noche desde el teléfono celular de un niño de 12 años de edad. Ambos niños son estudiantes de sexto grado en la escuela intermedia Benjamin Franklin, en Ridgewood, Nueva Jersey
“Castíguelo”, insistieron los padres.
“Les dije que eso ocurrió fuera de la escuela, en un fin de semana”, explicó el director, Tony Orsini. “Nosotros no podemos disciplinarlo”.
Preguntó a los padres si había contactado a la familia del niño.
Muy embarazoso, respondieron. Los padres comparten como entrenadores deportivos.
“¿Y la policía?”, preguntó Orsini.
Los padres habían decidido que una investigación criminal sería prolongada y su resultado incierto. Ellos querían una acción inmediata.
Rogaron: “Ayúdenos”.
En estos días las escuelas se enfrentan a preguntas complejas sobre cómo lidiar con el acoso cibernético, una etiqueta imprecisa para las actividades en línea, que van desde bromas subidas de tono hasta situaciones de acoso sexual.
El alcance del fenómeno es difícil de cuantificar. Pero un estudio de 2010 realizado por el Centro de Investigación de Acoso Cibernético -una organización fundada por dos criminólogos que definen el acoso como “daño intencional y reiterado” provocado a través de teléfonos y computadoras- dice que uno de cada cinco estudiantes de la escuela intermedia se ha visto afectado.
Intimidados por el incremento de esta conducta malsana entre los adolescentes, muchos padres están reclamando a las escuelas justicia y protección... e incluso venganza.
No obstante, muchos educadores no se sienten preparados o no quieren ser fiscales y jueces.
Si la resolución de estos conflictos debe ser responsabilidad de la familia, la policía o las escuelas, sigue siendo una cuestión abierta y confusa, que evoluciona junto con las posibles y variadas definiciones de acoso cibernético.
No obstante, los administradores que deciden que deben ayudar a sus estudiantes acorralados se enfrentan a menudo a enormes restricciones pragmáticas y legales.
“Tengo padres que me dan las gracias por involucrarme”, dice Mike Rafferty, director de escuela intermedia en Old Saybrook, Connecticut. “Y también tengo padres que dicen: ‘Eso no ocurrió en la propiedad escolar, manténgase alejado de mi vida’ ”.
Labor detectivesca
La escuela intermedia Benjamin Franklin transmite una dulzura asociada a una época anterior. Sus 700 alumnos asisten a clases en un edificio de baja altura desde mediados de los años 50, con un refugio antiaéreo y vastos espacios de esparcimiento.
Durante el almuerzo, un consejero dirige un torneo de fútbol que atrae a una multitud. El musical de este año: Guys and Dolls.
Con todos sus encantos, esta escuela de clase media alta vive en el presente.
Una niña de sexto grado llega a clase vistiendo una camiseta de color turquesa con lentejuelas y un mensaje: “Enviar mensajes de texto es mi materia favorita”.
La consejera de séptimo grado dice que ella puede pasar hasta tres cuartas partes de su tiempo intentando mediar en conflictos que se iniciaron “en línea” o a través de mensajes de texto.
En abril, la carga de trabajo provocada por la mediación en estos conflictos se había hecho tan onerosa que el director, el señor Orsini, envió a los padres un exasperado mensaje de correo electrónico que fue noticia nacional:
“No hay absolutamente ninguna razón para que los estudiantes de secundaria formen parte de un sitio de redes sociales”, escribió. Si los niños fuesen atacados a través de sitios o mensajes de texto, añadió, “se debe acudir inmediatamente a la policía”.
La investigación de una queja puede ser como un remolino. En los siguientes días, Orsini, un asistente suyo llamado Greg Wu, un consejero, un trabajador social y un director de escuela primaria fueron atrapados por éste.
El niño y la niña se habían estado viendo como noviecitos durante una semana antes de que ella decidiera terminar. Los mensajes de texto que recibió la noche del sábado fueron sucesivamente más burlones, gráficos e intimidantes.
Pero los intercambios de mensajes entre ellos mostrados al señor Orsini estaban incompletos. Antes de entregar el teléfono a sus padres, la niña borró sus respuestas.
El chico afirmó que era inocente y le dijo a Wu que había perdido su celular ese sábado. “Sí, claro”, dijo Wu.
El niño insistió en que se le había caído mientras montaba en bicicleta esa tarde de abril, mientras iba con su hermano y un amigo de éste, ambos alumnos de quinto grado.
El miércoles siguiente el padre de la chica llamó a Orsini. “¿Cómo es que este muchacho continúa en la escuela, cerca de mi hija? ¿Por qué no puede suspenderlo?”.
El muchacho era un estudiante con deficiencias en su clase de gramática, sin embargo, los mensajes de texto estaban razonablemente bien redactados. Wu le dictó al niño una oración para que la escribiera. Estaba repleta de errores.
A continuación, un director de escuela primaria entrevistó a los chicos por separado.
El jueves, el señor Orsini llamó por teléfono a los padres de la niña con su inquietante conclusión.
El muchacho nunca había enviado los mensajes de texto. El teléfono efectivamente se había perdido y fue encontrado por otra persona, quien lo utilizó para enviar los mensajes. ¿Quién los escribió? Una referencia o dos podrían apuntar a otra alumna de sexto grado.
La identidad aún se desconoce.