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Indecencia
Aquí cada cual pierde el tiempo como le da la gana. Pero, ¿cómo se le ocurre a ningún legislador, del partido que sea, proponer una “medida” para felicitar a Calle 13 por los premios recibidos? Sabe de antemano que la van a derrotar, pero es que no hay nada peor que esas resoluciones de felicitación, cursis y desprestigiadas, y esas majaderías en las que desperdician tiempo, electricidad y papel.
Además, sospecho que ninguno de los miembros de Calle 13 colgaría una felicitación del Senado ni a la entrada de la casita del perro. ¿Alguien se imagina a René Pérez recogiendo el pergamino de manos de la senadora Kimmey Raschke, que fue “la presidenta incidental del cuerpo”, en el momento en que se discutió el asunto?
La Rashke, desbordante de encajes y perifollos, como acostumbra ella, y René descamisado, con algún letrero alusivo en la rabadilla. No, demasiado para este gris noviembre. Calle 13 que se dé por no felicitado.
Hace unos días, un filósofo español que admiro, Emilio Lledó, recordaba que ya en “La república” de Platón y en “La política” de Aristóteles, se decía que la salvación de los pueblos y de las naciones se da a través de la decencia y de la cultura. La cultura entendida como educación en la libertad, en la verdadera sabiduría. A continuación agregaba: “Que el imperio de la indecencia domine en la política es intolerable; ese imperio es fruto del dominio de ciertas oligarquías que piensan que lo único que hay que hacer es ganar dinero y crear ideologías aptas para que esa misma oligarquía siga en el poder”.
Todo lo que dijo Lledó en esa ocasión, cae como anillo al dedo a la situación que vive Puerto Rico. Especialmente cuando el filósofo se preguntaba: “¿Cómo va a defender lo público alguien que sólo está pensando en lo privado y en lo de sus amigantes?”
Amigantes por amigotes, carnales en la corrupción.
Y en verdad ha dado en el clavo: lo público peligra cuando hay una indecencia intrínseca. Por ejemplo, ¿hay cosa más indecente que la flamante Resolución Conjunta del Senado 936 que declara un estado de emergencia en la Autoridad de Transporte Marítimo, a fin de que no haya que realizar subastas para comprar dos lanchas?
Oscuro y huele a queso.
La resolución conjunta se redactó a toda prisa, el pasado 10 de noviembre, para que pasara casi inadvertida y fuera aprobada cinco días más tarde. Fue presentada por los señores Rivera Schatz e Iglesias Soto, y por la senadora Lornna Soto.
Un triunvirato que ordenó que se compren las embarcaciones, una para carga y otra para pasajeros, sin hacer mucho trámite y sin buscar el mejor postor en el mercado.
Total, estamos rebosantes de dinero prestado, endeudados hasta la médula, emitiendo más deuda de la que podemos soportar. Entonces, ¿para qué ponerse a regatear por unos barcos, cuando se les pueden comprar a los amigos?
Lo próximo es sencillo: averiguar qué empresa de construcción o distribución de lanchas será la afortunada, la señalada por el dedo de Dios. Como seguro que saldrán muy caras, se redacta una ley para que no se hagan subastas y nadie se ponga a incordiar con reclamos o impugnaciones en los tribunales. El Senado tiene esa potestad, la de hacer leyes a la medida de la indecencia: que nadie pida cuentas, que ya ellos decidieron. Se declara un estado de emergencia y a botar el dinero. Mejor para los amigantes.
Ese Senado, con Kimmey Raschke como presidenta “incidental”, o provisional, o reina por un día, fue el que se negó a felicitar a Calle 13.
Lo entiendo: hubiera sido muy difícil reconocer la labor del autor de una pieza como “¿Qué pensarán de nosotros en Japón pon?” y a la vez aprobar la concesión de dos “barriles de tocino” que suman la friolera de $22 millones. En Japón pensarán que estamos locos. Se aprueban esos “barriles” para repartir dinero a diestra y siniestra en año electoral. Para botarlo en favores inimaginables. En clubes de dominó, en templos fundamentalistas, en certámenes de belleza. Lo que sea para comprar el voto, ese que sale como un eructo adormecido, hueco.
Por eso vuelvo al filósofo que mencioné al principio y que ha dicho esta verdad como un castillo: “No podemos votar a los corruptos a no ser, y eso sería la muerte de un país, que nosotros estemos ya tan corrompidos que no sólo no los distingamos, sino que queramos que el corrupto mande para engancharnos a su chaqueta. Sería catastrófico”.
Todos llevan chaquetas. Y la que no, lacitos de moaré y el recargado estilo de los barriles llenos. En Japón no piensan nada de nosotros. Pero aquí deberíamos pensar.
René Pérez que le pregunte al perro si le interesa la felicitación.